(A Nora Heredia Valenzuela) Con la inusitada rapidez que caracterizan las redes sociales, hace unos momentos aprendí de la muerte del doctor Luis Heredia-Bonetti. Con el gran cariño que me une a sus hijos, el profundo respeto que siento por su viuda y a todos aquellos que de él aprendimos, quisiera utilizar mi asombro y dolor para compartir un poco de lo que él significó para mí.
Muchos conocen al doctor Heredia como el pionero dominicano en el derecho empresarial, el gran inspirador de los cambios en el tratamiento legal de la inversión extranjera que culminaron en el clima de negocios e inversión del que hoy disfrutamos los dominicanos, que aunque mejorable, es ciertamente muy superior al que teníamos en los 60s, cuando empieza su vida profesional. Otros, lo conocen como el socio fundador de Russin, Vecchi & Heredia-Bonetti, la firma que enmarcó su carrera y donde, de acuerdo a sus compañeros, despachó hasta su último día. Otros, saben de su liderazgo empresarial desde donde cosechó frutos importantes en la promoción del país en los Estados Unidos o en la educación, particularmente universitaria, que desde su querida APEC siempre impulsó. Sin embargo, esta nota no pretende cantar sus muchos logros profesionales o contribuciones a la vida nacional. Si no que pretende celebrar al doctor Heredia como el crisol en que nos modelamos un gran número de jóvenes llamados por la vocación jurídica. Esto, en momentos, donde la carrera se encontraba especialmente retada por el descenso de la calidad en sus escuelas, la corrupción de los tribunales y la impunidad que empezaba a reinar en el país.
Estas características hacían que muchas mentes brillantes huyeran de la carrera jurídica, ya que triunfar en ella manteniendo intacta la reputación, parecían, para muchos, realidades irreconciliables. En la oscuridad de esa noche, y con una sagacidad legendaria, el doctor Heredia desde su despacho daba cátedra diaria de éxito profesional incomparable junto a la más alta pulcritud en su trato y en su actuar. Cátedra que abría a los mejores estudiantes, los primeros paralegales del país, donde nos transformaba en verdaderos profesionales del derecho enseñándonos con su ejemplo y su palabra que la mayor arma que podríamos tener frente a una formación deficiente, la corrupción o la impunidad imperantes era el más absoluto celo por la ley, su correcta interpretación y su más estricto cumplimiento. El doctor Heredia pocas veces daba una opinión tan pronto se le presentaba el problema. Antes, investigaba. Luego, su opinión era construida de forma precisa, clara y directa.
En momentos en que el Presidente dominicano bendecía el llamado “macuteo” como un mal necesario, desde el primer día en el despacho, el doctor Heredia hacía totalmente claro que la manera más rápida de perder la recién conseguida y, siempre muy codiciada posición, era dar algún tipo de propina al personal que laboraba en la administración pública. Más allá, se nos ordenaba hacer del conocimiento de estas personas que del personal de “Kaplan”, como en ese momento todos se referían a su Oficina, no podrían esperar estas concesiones. Y aunque al principio parecía difícil finalizar un trámite o concluir una solicitud de un cliente con un empleado púbico abiertamente en contra por la ausencia de la esperada coima, él enseña, y pronto aprendíamos, que la corrección del trabajo y el apego y coherencia con la conducta enseñada, eran las mejores garantías del resultado buscado.
Del doctor Heredia aprendí el valor de ser perseverante si quieres ser persuasivo. Como anotamos antes, muchas de las iniciativas legales que luego serían verdaderos motores económicos del país llegaron a través de él. Ideas que su momento fueron altamente rechazadas por diferentes sectores nacionales. Sin embargo, Heredia no se amedrentaba si no que con perseverancia y sagacidad convocaba suficientes voluntades para hacerlas realidad, para luego convertirse, literalmente, en su mejor abogado y propagador. De él también aprendí la coherencia con uno mismo.
El doctor Heredia era un gran líder y no hay entre ellos quien no tenga grandes adversarios, sin embargo, su coherencia con lo que creía parecía mantenerle en rumbo en la más difícil de las horas. Una coherencia que iba desde la forma en que expresaba un elevado pensamiento jurídico hasta lo exquisito de sus formas y modales. Muchos años después y habiendo abandonado la práctica jurídica desde que salí de su despacho en 1990, puedo dar fe que aquello que me enseñó, y conmigo a tantos otros, ha sido el arma más útil con la que he contado para andar el camino profesional que me ha tocado. Hoy frente al dolor de su partida, quiero tomarme este momento para decirle muchas gracias por el bien dado; muchas gracias por el ejemplo y por la fuerza de su convicción; muchas gracias, maestro, su enseñanza irá siempre en mi mente y mi corazón.
VIA LISTIN DIARIO.